lunes, 23 de julio de 2012

“VERDADES” INCÓMODAS


“El arma más letal es el lenguaje.  Sin palabras no hay guerra”
A, Köstler.

“La verdad es la primera víctima de la guerra”
Hiram Johnson, 1917

Patricia A. Méndez, 2012

Ser reiterativo puede llegar a ser fastidioso y sin embargo, parece muy necesario. Lo siguiente no es un artículo científico-analítico que pretende demostrar algo, como tampoco es un panfleto político de aporte imprescindible; es más bien un ejercicio de reflexión que intenta ser crítico.

Durante 13 años hemos estado sumergidos en un proceso de transformación que avanza un paso y retrocede dos, mediatizado por la lógica del capital, hegemónica y castrante y enfrentado a todo un aparataje burocrático y corrompido que lo absorbe y lo contamina. Ciertamente sería una estupidez esperar que está revolución fuese pura e ideal tal como nos lo plantea nuestro imaginario evocando al Che Guevara, pues no lo es ni lo fue la revolución cubana, ni lo será; pero lo que no es una estupidez, es trabajar porque este proceso tenga coherencia práctica con la teoría desde la cual es enunciado y una consistencia ética acorde a todo lo que representa un mundo mejor.

El lenguaje, como sistema de representación y de regulación de las relaciones humanas es clave en esa construcción, la palabra tiene la potencia de revelar la realidad e incidir sobre ella, y por tanto debe tener concordancia con la misma. La palabra como primer ejercicio de poder permite nombrar, invisibilisar, falsear, o transformar las realidades en tanto que las hace o no procesos conscientes, por lo cual en este período histórico que se vive en Venezuela, debe haber un cuidado especial de lo que se dice y lo que se hace, porque no es posible revolucionar el sistema económico o político sin un cambio subjetivo y sustantivo colectivo.
La ética revolucionaria, divergente en su totalidad de la ética burguesa (edificada sobre “valores” y normativas morales falseadas: puntualidad, respeto, justicia…codificados en base a los intereses de una clase y sus códigos de  conducta social) no puede ser bandera de un día, ni categoría hueca del lenguaje político, los fines no justifican los medios si de transformación se está hablando; la manipulación ejercida a través del lenguaje, esa que ha permitido hasta el momento justificar la invasión a Iraq, o la política de “contención” del narcotráfico en Colombia a costa de cientos de personas asesinadas o desplazadas (los falsos positivos), la política segregacionista de Israel con respecto a los palestinos, la tribalización de las luchas de clase en África o la invisibilización de luchas étnicas en América, por nombrar solo algunos hechos, no puede ser parte del ejercicio comunicacional de la revolución.

El mantenimiento de un sector en el poder, uno de los medios para llevar a cabo la revolución, no puede de repente convertirse en fin, pues caeríamos víctimas de la lógica instrumental fundadora del sistema actual. El fin, transformar las relaciones sociales de producción y reproducción y con ellas las relaciones humano-humano y humano-naturaleza no puede abandonarse o continuar posponiéndose indefinidamente en pos de mantener unas cuotas de poder, vigentes solo desde la lógica formal e instrumental que se busca subvertir y erradicar. 
Todo proceso de idiotización, enajenación o perversión de la conciencia individual y colectiva, es un contrasentido a la liberación y descolonización del ser… no puede hacerse revolución con los medios de dominación del sistema imperante.
Como sabemos toda información es selectiva, e interesada; está en función de intereses de clase casi siempre mercantiles. La violencia simbólica propia del lenguaje político tradicional necesariamente debe ser superada y el manejo de la información a través de los medios de comunicación convertirse en un ejercicio revolucionario de transformación y legitimación de un nuevo lenguaje des colonizado.

La aparición constante de los mal llamados “voceros/as” de la revolución reeditando un discurso elaborado por Chávez (como representante de un liderazgo construido de forma progresiva y amarrado a la elocuencia y coherencia política de su origen de clase, sus rasgos con los cuales es fácil identificarse: hombre humilde hijo del pueblo, los referentes históricos que rescata para devolverlos a los sectores oprimidos Bolívar, Zamora, Guaicaipuro… y la enunciación en cada una de sus alocuciones de sectores históricamente invisibilizados) no contribuye a edificar o fortalecer esa nueva subjetividad a la que él aporta sustancialmente.
El uso reiterado de eufemismos y el falseamiento de la realidad, ocultándola o “maquillándola” en función de un supuesto fin irrenunciable: el poder, empieza a mellar la credibilidad del discurso de la revolución, y no genera ningún tipo de beneficio a la concientización de un pueblo que en estos últimos años se ha politizado e involucrado en ámbitos que antes estuvieron cooptados por las “elites” económicas e intelectuales que se adjudicaron las capacidades para ejercer este o aquel oficio, normando y profesionalizando la vida en virtud del establecimiento de nuevas parcelas de poder y de un conocimiento fragmentado.
El pueblo bravo, ese que espontáneamente se alzo un 27 de febrero contra la mierda neoliberal de la derecha, el mismo que el 13 de abril recupero el gobierno bolivariano, posee una conciencia político-histórica anclada en la realidad concreta, simplista o reduccionista, que legitima y reconoce las propuestas políticas que la reflejan, la contienen o la reivindican.
Este pueblo que somos, ha pasado por un proceso de maduración y ha reconocido a Hugo Chávez como un fiel representante de los intereses de los pobres y excluidos, y este pueblo inmerso en un proceso de concientización y transformación tiene la capacidad de reconocer lo que hay de autentico en el discurso de sus dirigentes (si bien no todos, si una porción importante), y de actuar en consecuencia.  

“Cuanto mayor es la fe en la información, más dogmático es el retorno al mito. Los déficits racionales se satisfacen emocionalmente. La fuerza bruta se rebela entonces contra los símbolos de la magia ineficaz: universidad, representantes políticos, grandes almacenes, etc. El culto a la información se puede traducir fácilmente en culto al poder y a la fuerza”.

La legitimidad o fiabilidad del discurso político está relacionado con su constatación o reflejo en el plano de lo real, en los hechos. Si esta constatación no es posible, o resulta en un ejercicio negativo: casos de inseguridad y violencia que inundan los medios de comunicación pero que tienen una base real, casos de corrupción conocidos públicamente pero invisibilizados o engavetados por el sistema judicial, obras inconclusas o con retardos preocupantes como el proyecto de saneamiento del Guaire, Buscaracas, Ferrocarril, la diversificación económica entre otros tantos hechos de los cuales las grandes mayorías no tienen noticias concretas en cuanto a avance y que al ser enunciados resquebrajan la veracidad del gobierno.

El asumir las responsabilidades, reconociendo las fallas, y dimensionando el discurso del socialismo –que todavía no aparece como nuevo sistema, pues no se superan ninguna de las condiciones de existencia del capitalismo vigente- permitiría comprender el tamaño de los retos que confronta el proceso político venezolano, en el cual el hecho electoral no es sino una forma más de refrendar la democracia liberal burgués, hecho por el cual no vale la pena seguir justificando el uso de medios equivocados.
La veracidad parece ser el rasgo fundamental de un discurso que se autodenomine revolucionario, pues no hay nada más indignante que escuchar a alguien encender verbalmente la lucha haciendo ejercicios críticos y llamados a la conciencia en una tarima con referentes y símbolos de respeto y verle después actuar en sentido opuesto a todo lo que señaló. Sabemos que un ejercicio dialéctico permite comprender esta lamentable realidad, sin embargo, no podemos normalizarla y convertirla en regla o terminaremos convirtiéndonos en demagogos populistas que alguna vez soñaron. El ejercicio crítico en materia de lenguaje y accionar político pasa por evaluar el triste desempeño de los medios de comunicación, que intentan tanto de un lado como del otro, reedificar la realidad obviando la mirada pública que de ésta se tiene.

Capriles y su séquito metidos en La Vega, pagando al pueblo para que grite consignas, hablando en nombre de los más, de los sectores que históricamente han despreciado y a los que continúan viendo como una masa amorfa y manipulable en función de mantener sus intereses/ La ministra de asuntos penitenciarios en contacto telefónico en vivo por el canal del Estado señalando que los tiros que escuchan las personas que están cerca de La Planta son una ficción creada por Globovisión. Dos imágenes que violentan claramente a quienes viven la realidad, falseamiento total de la realidad, descontextualización del accionar: en fin violencia, y la violencia se combate con violencia (lógica de vida). Más impacto tiene este fenómeno cuando surge del lado de las filas revolucionarias, pues solo de este lado se habla de superar las lógicas mercantiles, el engaño al pueblo, la explotación, el individualismo, la corruptela, la miseria, la alienación, el fetichismo… no se le exige a la derecha hablar con la verdad, se sabe de antemano que no lo hace, y eso parece no ser importante, hablan de eficiencia y calidad, y la hora de la verdad esto parece más fácil de digerir que eso de convertirse en sujeto histórico, asumir responsabilidades, participar, criticar, discernir, comprometerse…

Si se mitifica lo político y se “sacrifica” la “verdad” que mueve el espíritu de la revolución, puede que continuemos obteniendo victorias electorales… y que en algún momento nos preguntemos ¿para qué? Y no se nos ocurra ninguna respuesta (hablando claro desde la condición de ser una asalariada más). La automatización, mecanización y estandarización del discurso revolucionario no es en lo absoluto señal de fortalecimiento del hecho consciente, ocultar o intentar obviar lo que ocurre no cambiará ni transformará la realidad, el personalismo político no asegura la prosecución de una revolución ni de un socialismo creado colectivamente y el callar y seguir esperando “el momento” para profundizar las contradicciones y radicalizar los procesos no parece el camino más acertado. Si me preguntan, tampoco sé cómo… pero confío en que esta no es la forma  para seguir erigiendo las bases del socialismo, y en que teniendo claridad en lo que no queremos que sea podremos más fácilmente y en colectivo hacer lo que debemos hacer. 


martes, 3 de julio de 2012

Ni líderes ni milicos





Para que no nos atrapen debemos ser muchos. Para que no nos atrapen en las redes de los medios de comunicación, en las infinitas trampas del diálogo, en la seducción populista o, simplemente, en la corrupción.Para que no nos atrapen el movimiento no debe depender de sus dirigentes. Los dirigentes deben ser muchos. Las vocerías deben ser rotativas. Para que no levanten a uno como estrella de rock y luego puedan volverlo contra otro. Para que no jueguen con la vanidad de unos y la enfrenten al ansia de protagonismo de los otros. Un movimiento social no debe tener líderes, debe tener dirigentes: muchos.
Un movimiento social no debe depender de sus representantes. Justamente la habilidad del poder se ha concentrado en separar a los dirigentes de sus representados. Debe haber representantes, pero no se puede depender de ellos. Es necesario preparar muchos representantes para que toda representación sea rotativa. Es necesario ensayar con muchos voceros, aunque haya mejores y peores. Lo que se gana en aprendizaje es mejor para todos. Lo que se gana en compromiso, en comunidad, siempre será mucho más de lo que se pueda perder por los errores ocasionales de unos, que siempre podrán ser mejorados por otros.
Debe haber representantes, pero todo el poder debe estar en la asamblea. Pero, también, para que un movimiento sea realmente social no se puede permitir que las asambleas mismas dejen de ser representativas. Una asamblea a la que asiste menos de la mitad de una comunidad, o de un colectivo, no puede ser considerada válida. Pero los juegos de la validez pueden enredarnos eternamente: el problema real es que no es útil, el problema real es que rápidamente se convierte en contraproducente.
Una condición básica, para mantener la fuerza del movimiento, es que las asambleas no dejen de ser mayoritarias y representativas. El problema es cotidiano, sobre todo si el movimiento se extiende por varios meses. Si en algún momento la mayoría se vuelve hacia posturas de compromiso, que no nos gustan, lo más probable es que haya sido porque no hemos sabido mantener la representatividad. Una minoría ilustrada, que obliga a la mayoría desde sus posturas, aunque sean correctas, terminará por ser abandonada y luego rechazada.
Si los objetivos, y la decisión de perseguirlos, están suficientemente claras, no debemos temer que el movimiento avance y retroceda, que haya momentos de auge y otros mucho más débiles. Cuando nuestros compañeros quieran mayoritariamente volver a clases será necesario pararse fuera de las salas, de manera ingeniosa, amigable, a dar de nuevo una lucha entre nuestras propias filas que habíamos ganado temporalmente y que ahora empezamos a perder. Y probablemente la hemos empezado a perder porque hemos perdido de vista el que se trata de un movimiento social, en que todos deben participar, y no de un favor que una minoría ilustrada tenga que hacerle a una mayoría inconsciente. La mayor parte de las veces, cuando la pelea es grande y justa, partimos con un gran apoyo, y nosotros mismos lo vamos luego debilitando. Si no ganamos esta lucha entre nosotros mismos, mucho menos ganaremos los grandes objetivos que tenemos.
Se trata de sumar y empujar. Pero no se puede empujar si no se ha sumado. Debemos desconfiar de dos minorías igual y simétricamente nocivas: la de los dirigentes que no se muestran dispuestos a hacer rotar su protagonismo, y la de los que están dispuestos a hacer valer sus argumentos a cualquier precio, en contra de los que supuestamente representan. Un movimiento debe ser dirigido, pero la conducción debe estar siempre en manos del máximo de dirigentes posibles. Lo que se pierda en eficacia se ganará ampliamente en legitimidad. No se trata de construir una máquina de guerra que gane sus batallas bajo cualquier condición. Se trata de ganar una larga guerra del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Ningún destacamento consciente puede arrogarse el derecho de suplantar lo que la comunidad misma de ciudadanos puede y quiere.
Tanto el liderazgo como el vanguardismo provienen de una ética paternalista e idealista. Tanto el liderazgo, con sus astucias variables, como el vanguardismo, con su cotidiana torpeza, resultan tremendamente ineficientes a la hora de establecer alianzas amplias, duraderas, en que los aliados confíen y se legitimen mutuamente. Ni los líderes ni los vanguardistas saben trabajar con diferencias reales, los primeros porque se limitan a instrumentalizarlas, los otros porque simplemente no las entienden.
El asunto no es si el movimiento tiene que ser más “pacífico” o más “violento” según las categorías hipócritas que el poder siempre ha usado como estigmas. Se trata de ser radicales y a la vez eficaces. No se trata de levantar “ejemplos morales”, o de llegar a cualquier compromiso. No sólo se trata de luchar, se trata de ganar. Al enemigo, hipócritamente tolerante, le encanta que luchemos, lo que lo alarma y enoja es que ganemos, incluso que meramente aparezcamos como si pudiésemos ganar.
Sumar, empujar, sumar, empujar. Un gran movimiento social no se hace ni con vanguardias ni con líderes. Todos estamos llamados a ser dirigentes. Todos tenemos la capacidad de serlo. Y, por supuesto, un gran movimiento social no debe tener ideólogos. Debemos aprender a distinguir a un teórico de un ideólogo. Los teóricos valen por sus argumentos. Los ideólogos valen por su retórica. Los teóricos pueden hacer pensar a los que piensan. Los ideólogos reemplazan la actividad de pensar de los que no piensan. Los teóricos tratan de ser uno más. Los ideólogos rara vez resisten la tentación irresistible del vanguardismo: ser líderes.
Sólo desde la hipocresía se puede decir que esta sea una lucha “pacífica”. Como siempre, los poderosos hablan de paz cuando han logrado consolidar su propio dominio, y empiezan a hablar de violencia a penas sienten amenazados sus privilegios. No vamos a empezar una guerra, ya estamos en guerra. Pero en nuestro caso, se trata de la guerra de un pueblo, de un gran movimiento social, por sus derechos, por la justicia que le niegan. Y esa es una guerra que no se puede ganar con un ejército de milicos, ni menos aún con un ejército que, del tipo que sea, que tenga mentalidad de milico. Por eso, a la larga, ellos no podrán ganar esta guerra: ningún ejército puede ganar una guerra indefinida contra un pueblo. Pero, justamente por eso, tampoco nosotros podremos ganarla si usamos la misma mentalidad que ellos nos oponen, por muy bellos que parezcan nuestros objetivos.
Sumar y empujar. Mantener toda la radicalidad y la violencia de masas que sea necesaria. Lo que sostengo, en cambio, es que hay condiciones bajo las cuales no sólo es menos probable que ganemos sino que ni siquiera mereceríamos ganar. Los que necesitamos es un gran movimiento social. No necesitamos líderes, ni milicos.