“El arma más letal es el
lenguaje. Sin palabras no hay guerra”
A, Köstler.
“La verdad es la primera víctima de la guerra”
Hiram
Johnson, 1917
Patricia A. Méndez, 2012
Ser reiterativo puede llegar a ser fastidioso y sin
embargo, parece muy necesario. Lo siguiente no es un artículo científico-analítico
que pretende demostrar algo, como tampoco es un panfleto político de aporte
imprescindible; es más bien un ejercicio de reflexión que intenta ser crítico.
Durante 13 años hemos estado sumergidos en un
proceso de transformación que avanza un paso y retrocede dos, mediatizado por la
lógica del capital, hegemónica y castrante y enfrentado a todo un aparataje
burocrático y corrompido que lo absorbe y lo contamina. Ciertamente sería una
estupidez esperar que está revolución fuese pura e ideal tal como nos lo
plantea nuestro imaginario evocando al Che Guevara, pues no lo es ni lo fue la
revolución cubana, ni lo será; pero lo que no es una estupidez, es trabajar
porque este proceso tenga coherencia práctica con la teoría desde la cual es
enunciado y una consistencia ética acorde a todo lo que representa un mundo
mejor.
El lenguaje, como sistema de representación y de
regulación de las relaciones humanas es clave en esa construcción, la palabra
tiene la potencia de revelar la realidad e incidir sobre ella, y por tanto debe
tener concordancia con la misma. La palabra como primer ejercicio de poder
permite nombrar, invisibilisar, falsear, o transformar las realidades en tanto
que las hace o no procesos conscientes, por lo cual en este período histórico
que se vive en Venezuela, debe haber un cuidado especial de lo que se dice y lo
que se hace, porque no es posible revolucionar el sistema económico o político
sin un cambio subjetivo y sustantivo colectivo.
La ética revolucionaria, divergente en su totalidad
de la ética burguesa (edificada sobre “valores” y normativas morales falseadas:
puntualidad, respeto, justicia…codificados en base a los intereses de una clase
y sus códigos de conducta social) no
puede ser bandera de un día, ni categoría hueca del lenguaje político, los
fines no justifican los medios si de transformación se está hablando; la
manipulación ejercida a través del lenguaje, esa que ha permitido hasta el
momento justificar la invasión a Iraq, o la política de “contención” del
narcotráfico en Colombia a costa de cientos de personas asesinadas o
desplazadas (los falsos positivos), la política segregacionista de Israel con
respecto a los palestinos, la tribalización de las luchas de clase en África o
la invisibilización de luchas étnicas en América, por nombrar solo algunos
hechos, no puede ser parte del ejercicio comunicacional de la revolución.
El mantenimiento de un sector en el poder, uno de
los medios para llevar a cabo la revolución, no puede de repente convertirse en
fin, pues caeríamos víctimas de la lógica instrumental fundadora del sistema
actual. El fin, transformar las relaciones sociales de producción y
reproducción y con ellas las relaciones humano-humano y humano-naturaleza no
puede abandonarse o continuar posponiéndose indefinidamente en pos de mantener
unas cuotas de poder, vigentes solo desde la lógica formal e instrumental que
se busca subvertir y erradicar.
Todo proceso de idiotización, enajenación o
perversión de la conciencia individual y colectiva, es un contrasentido a la
liberación y descolonización del ser… no puede hacerse revolución con los
medios de dominación del sistema imperante.
Como sabemos toda información es selectiva, e
interesada; está en función de intereses de clase casi siempre mercantiles. La
violencia simbólica propia del lenguaje político tradicional necesariamente
debe ser superada y el manejo de la información a través de los medios de
comunicación convertirse en un ejercicio revolucionario de transformación y
legitimación de un nuevo lenguaje des colonizado.
La aparición constante de los mal llamados
“voceros/as” de la revolución reeditando un discurso elaborado por Chávez (como
representante de un liderazgo construido de forma progresiva y amarrado a la
elocuencia y coherencia política de su origen de clase, sus rasgos con los
cuales es fácil identificarse: hombre humilde hijo del pueblo, los referentes
históricos que rescata para devolverlos a los sectores oprimidos Bolívar,
Zamora, Guaicaipuro… y la enunciación en cada una de sus alocuciones de
sectores históricamente invisibilizados) no contribuye a edificar o fortalecer
esa nueva subjetividad a la que él aporta sustancialmente.
El uso reiterado de eufemismos y el falseamiento de
la realidad, ocultándola o “maquillándola” en función de un supuesto fin
irrenunciable: el poder, empieza a mellar la credibilidad del discurso de la
revolución, y no genera ningún tipo de beneficio a la concientización de un
pueblo que en estos últimos años se ha politizado e involucrado en ámbitos que
antes estuvieron cooptados por las “elites” económicas e intelectuales que se
adjudicaron las capacidades para ejercer este o aquel oficio, normando y
profesionalizando la vida en virtud del establecimiento de nuevas parcelas de
poder y de un conocimiento fragmentado.
El pueblo bravo, ese que espontáneamente se alzo un
27 de febrero contra la mierda neoliberal de la derecha, el mismo que el 13 de
abril recupero el gobierno bolivariano, posee una conciencia político-histórica
anclada en la realidad concreta, simplista o reduccionista, que legitima y
reconoce las propuestas políticas que la reflejan, la contienen o la
reivindican.
Este pueblo que somos, ha pasado por un proceso de
maduración y ha reconocido a Hugo Chávez como un fiel representante de los
intereses de los pobres y excluidos, y este pueblo inmerso en un proceso de
concientización y transformación tiene la capacidad de reconocer lo que hay de
autentico en el discurso de sus dirigentes (si bien no todos, si una porción
importante), y de actuar en consecuencia.
“Cuanto mayor
es la fe en la información, más dogmático es el retorno al mito. Los déficits
racionales se satisfacen emocionalmente. La fuerza bruta se rebela entonces
contra los símbolos de la magia ineficaz: universidad, representantes
políticos, grandes almacenes, etc. El culto a la información se puede traducir
fácilmente en culto al poder y a la fuerza”.
La legitimidad o fiabilidad del discurso político
está relacionado con su constatación o reflejo en el plano de lo real, en los
hechos. Si esta constatación no es posible, o resulta en un ejercicio negativo:
casos de inseguridad y violencia que inundan los medios de comunicación pero
que tienen una base real, casos de corrupción conocidos públicamente pero
invisibilizados o engavetados por el sistema judicial, obras inconclusas o con
retardos preocupantes como el proyecto de saneamiento del Guaire, Buscaracas,
Ferrocarril, la diversificación económica entre otros tantos hechos de los
cuales las grandes mayorías no tienen noticias concretas en cuanto a avance y
que al ser enunciados resquebrajan la veracidad del gobierno.
El asumir las responsabilidades, reconociendo las
fallas, y dimensionando el discurso del socialismo –que todavía no aparece como
nuevo sistema, pues no se superan ninguna de las condiciones de existencia del
capitalismo vigente- permitiría comprender el tamaño de los retos que confronta
el proceso político venezolano, en el cual el hecho electoral no es sino una
forma más de refrendar la democracia liberal burgués, hecho por el cual no vale
la pena seguir justificando el uso de medios equivocados.
La veracidad parece ser el rasgo fundamental de un
discurso que se autodenomine revolucionario, pues no hay nada más indignante
que escuchar a alguien encender verbalmente la lucha haciendo ejercicios
críticos y llamados a la conciencia en una tarima con referentes y símbolos de
respeto y verle después actuar en sentido opuesto a todo lo que señaló. Sabemos
que un ejercicio dialéctico permite comprender esta lamentable realidad, sin
embargo, no podemos normalizarla y convertirla en regla o terminaremos
convirtiéndonos en demagogos populistas que alguna vez soñaron. El ejercicio
crítico en materia de lenguaje y accionar político pasa por evaluar el triste
desempeño de los medios de comunicación, que intentan tanto de un lado como del
otro, reedificar la realidad obviando la mirada pública que de ésta se tiene.
Capriles y su séquito metidos en La Vega, pagando
al pueblo para que grite consignas, hablando en nombre de los más, de los
sectores que históricamente han despreciado y a los que continúan viendo como
una masa amorfa y manipulable en función de mantener sus intereses/ La ministra
de asuntos penitenciarios en contacto telefónico en vivo por el canal del
Estado señalando que los tiros que escuchan las personas que están cerca de La
Planta son una ficción creada por Globovisión. Dos imágenes que violentan claramente
a quienes viven la realidad, falseamiento total de la realidad,
descontextualización del accionar: en fin violencia, y la violencia se combate
con violencia (lógica de vida). Más impacto tiene este fenómeno cuando surge
del lado de las filas revolucionarias, pues solo de este lado se habla de
superar las lógicas mercantiles, el engaño al pueblo, la explotación, el
individualismo, la corruptela, la miseria, la alienación, el fetichismo… no se
le exige a la derecha hablar con la verdad, se sabe de antemano que no lo hace,
y eso parece no ser importante, hablan de eficiencia y calidad, y la hora de la
verdad esto parece más fácil de digerir que eso de convertirse en sujeto
histórico, asumir responsabilidades, participar, criticar, discernir,
comprometerse…
Si se mitifica lo político y se “sacrifica” la
“verdad” que mueve el espíritu de la revolución, puede que continuemos
obteniendo victorias electorales… y que en algún momento nos preguntemos ¿para
qué? Y no se nos ocurra ninguna respuesta (hablando claro desde la condición de
ser una asalariada más). La automatización, mecanización y estandarización del
discurso revolucionario no es en lo absoluto señal de fortalecimiento del hecho
consciente, ocultar o intentar obviar lo que ocurre no cambiará ni transformará
la realidad, el personalismo político no asegura la prosecución de una
revolución ni de un socialismo creado colectivamente y el callar y seguir
esperando “el momento” para profundizar las contradicciones y radicalizar los
procesos no parece el camino más acertado. Si me preguntan, tampoco sé cómo…
pero confío en que esta no es la forma
para seguir erigiendo las bases del socialismo, y en que teniendo
claridad en lo que no queremos que sea podremos más fácilmente y en colectivo
hacer lo que debemos hacer.